Vivir en un hogar estadounidense durante doce meses no se limita a disponer de una cama y comida en la mesa. Es un proceso de convivencia real donde los estudiantes adoptan un rol activo dentro de las familias, aportando sus costumbres y sus perspectivas, pero adoptando también las normas internas del hogar. En ese sentido, cada estudiante participará en las tareas, eventos y tradiciones que realice la familia, con toda la inmersión cultural que ello conlleva. Aunque tenga necesidades especiales, el estudiante será, a efectos prácticos, uno más.
Es por eso que todos los estudiantes que pasan un año académico en USA en el seno de una familia anfitriona se refieren a ellas, incluso décadas después, como su segunda familia. Allí aprenderán a comunicarse, a gestionar nuevas relaciones y a entender el estilo de vida americano. Y, a cambio, les proporcionarán a los miembros de la familia una visión única del mundo, una mirada internacional. En resumen, se trata de una experiencia especial y única tanto para el estudiante como para la familia. Una experiencia transformadora.